El puro placer de la megalomanía


Por Analía Melgar


Muy simple. Pita en cuatro tiempos. (Juguete escénico cabareteado para una narcisa y un pianista cómplice) niega el supuesto divorcio –no asumido públicamente, mascullado detrás de las columnas– entre calidad artística y regocijo.
Divertirse, pasarla bien, tener una buena velada no se asegura con la compra de un ticket para el cine ni con el boleto para el hit del teatro cómico (con chistes fáciles y calzones breves por el mismo precio).
A la inversa, la vieja ceremonia de ir al teatro no implica un pasaje seguro hacia el país de los intelectuales con anteojos y de bostezos con preocupación trascendental.
Mal que le pese a los escondidos dueños del mundo (que prefieren un rebaño de electores mecanizados), el Teatro sigue vivo. La vida sigue viva.
¿Y los espectadores? Pst, usted, sí, usted, usted que cabecea, de abulia usted: ¿cuánto hace que no va al teatro?, y ¿cuánto hace que no va al teatro y, además, lo disfruta con todo su corazón? Porque sí, el teatro se disfruta también con el corazón.
Bien. Esto –que es una sesuda crítica– es también una proclama en defensa de los intérpretes vivos, apasionados, entregados, que se merecen iguales espectadores: vivos, apasionados, entregados.
Precisamente, Pita en cuatro tiempos es una propuesta escénica que invita a un encuentro activo y grato. Se trata de (casi) un monólogo. Leticia Pedrajo, estupenda actriz, lleva adelante un guión de Simone Victoria, que repasa la vida y obra de Pita Amor. Cuatro escenas, cronológicamente invertidas, retratan este personaje adorable y temerario de la cultura mexicana. La poeta, la estrella, la que deslumbró a Diego Rivera y compitió con María Félix, la gran Pita Amor (1918-2000) habita el espectáculo con su ingenio, verborragia, pasión, todo a destajo.
La obra, dirigida por Vanesa Ciangherotti, se asegura conmoción, pues se inspira en una figura tremenda. Pero es la puesta en escena y una intérprete de matices lo que avanza por encima de la mera reconstrucción histórica o el perfil anecdótico. La concepción del espacio es determinante: la Pita que vive en 2007 es una huésped del mundo del cabaret. En efecto, sus espectadores beben y comen los preparados de un chef generoso en estímulos. Sentados a la mesa, se envuelven con el barroquismo incesante de una mujer sin límites, en un ambiente de cojines, perlas y cortinas de terciopelo.
Sobre una pequeña tarima, esta Pita dialoga, con la gente que pasa y se detiene a mirar por la vidriera y, sobre todo, con su público. Sabe que existen los celulares y les compite por la atención. Por cierto, esta diosa olvidada, esta megalómana venida a menos, reclama atención completa, y la demanda con todas las estrategias: canta, se desviste, se viste, baila, exhibe sus dolores más crudos. Seduce con todas las armas a su mano: la adulación, el despotismo, la sorpresa, el misterio, la indiferencia… sobre todo, con la palabra. Poeta del “yoísmo”, sus temáticas se reducen a un solo objeto, ella misma. Tan inmensa es en sus textos, que el guión apenas si puede dar cabida a un segundo personaje: el imprescindible y vapuleado Mike. Pianista, interlocutor casi mudo, es el espejito espejito, es la excusa para que Pita cuente su historia de glorias y miserias, es el felpudo donde se limpia los zapatos sucios de hacendada en ruina.
La labor de Pedrajo es un despliegue de versatilidad de tonos, climas, emociones. Trabajo con el cuerpo, con la voz, con las pausas, con el estallido de gritos y de lágrimas, con el lucimiento de un vestuario humilde pero efectivo. Y saca provecho del recitado de aquellos versos: “Shakespeare me llamó genial / Lope de Vega infinita / Calderón, bruja maldita / Y Fray Luis la episcopal; / Quevedo, grande inmortal / Y Góngora la contrita. / Sor Juana, monja inaudita / y Bécquer la mayoral. / Rubén Darío, la hemorragia; / La hechicera de la magia. / Machado, la alucinante. / Villaurrutia, enajenante / García Lorca, la grandiosa. / ¡Y yo me llamé la Diosa!”
En fin, Pita en cuatro tiempos ofrece una concepción que no renuncia ni a la inteligencia ni a la espectacularidad. A partir de un mito de la poesía y la farándula mexicana de los ’50, la puesta configura un personaje inolvidable encarnado por una actriz dúctil, en un espacio donde el teatro es puro placer.



Ficha técnica

Intérprete: Leticia Pedrajo
Idea original: Leticia Pedrajo
Dramaturgia: Simone Victoria
Música: Miguel Ángel Gorostieta
Movimiento escénico: América Basurto
Vestuario: Mariana Gandía
Asistente de Dirección: Irazú Díaz
Dirección: Vanesa Ciangherotti


Dónde y cuándo

Pita en cuatro tiempos. (Juguete escénico cabareteado para una narcisa y un pianista cómplice). Todos los martes a las 21 hs, en Café 22 (Montes de Oca 22 esq. Tamaulipas. Col. Condesa). Reservaciones: 5212-1533 y 5212-1761.





Fotografía de Sergio Arellano
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